Sobre Salón de belleza, de Mario Bellatin.


Por algún extraño motivo, la primera lectura que hice de Salón de belleza, me causó la sensación de estar presenciando un sueño; como si una sutil capa de neblina me impidiera apreciar claramente los matices de la obra. A pesar de la claridad con la que el autor describe el ambiente, los escenarios parecían estar embargados del mismo vapor del baño en el que el protagonista se entregaba a las manos de otros hombres.

Bellatín pretende, al parecer, hacer una analogía entre las peceras y la vida. Éstas son el símbolo del determinismo que sumerge al hombre en el desaliento: no importa qué hagas, tu historia está escrita. El mismo moridero puede reforzar la idea; si eres aceptado, tienes la certeza de que tu sentencia está dictada; tu agonía se prolongará, a lo más, un año.

Las distintas etapas del salón de belleza (no la novela, sino el espacio) son un ejemplo de la soberbia calidad oracular con la que se enviste el protagonista, quien se erige como una especie de sacerdote de la muerte; establece un ambiente litúrgico en donde él, y sólo él, decide quién, cómo y cuándo habrán de hacerse las cosas.

A mi parecer, el tema es la soledad, o, retomando a Bataille, la discontinuidad; digo que la soledad puesto que durante el transcurso del relato, el protagonista transmite ese sentimiento y hay frases que lo revelan: «Sigo solitario como siempre. Sin ninguna clase de retribución afectiva. Sin nadie que venga a llorar mi enfermedad», «Pero ahora que yo, que me encuentro en una situación similar, no tengo a nadie a quién enviarle nada. Ni siquiera puedo guardar la esperanza de que exista alguna persona que no me quiera escribir».

Aunque en realidad, más que el tema o la estructura de Salón de belleza, me interesa lo que el propio Bellatin dice de él y de la escritura en general. Al terminar de leer, me preguntaba si podría aplicarse algún método de análisis a la obra, sólo como una forma de hacer más accesible la comprensión del texto, pero me encontré con que no era posible, no tanto por lo ocioso que resulta intentar cuadrar textos contemporáneos a las formas clásicas, sino porque en realidad no hay una estructura, y eso no lo digo yo, sino el mismo Mario Bellatín, en «Underwood portátil. Modelo 1915»: «No puedo imaginarme a mí mismo urdiendo tramas, esbozando finales o construyendo perfiles de personajes. Hay un pudor natural que me impide hacer libros como si estuviese consciente de que los estoy haciendo…»

Elegí trabajar sobre el Salón de belleza porque me parece por demás interesante el resultado. ¿Cómo es que alguien quien detesta tanto la literatura es capaz de lograr un personaje tan bien trazado? Cuando me disponía a abordar la crítica, se me ocurrió darle una ojeada a la Obra reunida de Alfaguara, al final es en donde aparece el texto que cito; en él, Bellatin se adelanta a cualquier revisión profunda con ánimos de análisis. En algún momento pensé que las peceras eran una metáfora de la vida, pero, de ser así, se trata de un evento fortuito: «En la escritura fueron apareciendo por sí mismos, los acuarios y las ventana sin abrir.»; «Sin embargo, todo estaría dispuesto para que nunca se llegase a tener una certeza plena de qué era lo que realmente estaba escondido».

Retomando el inicio de este texto, respecto a la sensación de estar como frente a un sueño, cito otra vez a Bellatín: «Comenzaron entonces una serie de situaciones violentas, que sólo tuvieron fin cuando después de una pelea atroz, ingerí casi sin darme cuenta, un frasco entero de somníferos.»; «A partir de la toma de los somníferos entré en un estado distinto de la realidad, que duró aproximadamente seis meses. Hubo una lenta recuperación durante la cual experimenté una serie de sensaciones que fueron fundamentales para la novela que estaba escribiendo antes del altercado que me llevó a consumir la sobredosis. Creo que hasta ese momento solamente tenía algunos apuntes sobre un estilista que recoge enfermos y que muestra una afición muy profunda por los peces de colores».

Otro dato que me parece interesante, es su afán por afirmar que nada hay en su obra que pueda someterse a los convencionalismos propios de la literatura: «No creo que mi escritura tenga nada que ver con esas denominaciones. Pero si alguien, realmente y con conocimiento de causa, le encontrara alguna relación no solamente la aceptaría con gusto sino que estaría realmente encantado con la comparación». Por un lado afirma que «Esa especie de odio a la escritura hace que no le tenga la menor confianza a quienes declaran tener como meta ser escritores», pero, aunque evidentemente él no lo ha establecido como meta, me da la impresión de que lo es. Me atrevo a pensar que su meta es, tal vez, no la obra, sino la creación de un personaje propio, una especie de escritor neurótico que no es capaz de conciliarse con su esencia, que actúa más por culpa y resentimiento que por convicción.

En términos generales, Salón de belleza me parece un buen ejercicio de descripción, que no arriesga ni aporta nada, que una vez revisada la postura del escritor para con su creación, no queda más que sentarse y pasar un rato como frente a la televisión. Nada hay antes ni después de lo que se plantea en el libro; no hay preguntas qué resolver, ni reflexiones en el aire; no es un retrato social, ni una crítica mordaz a nadie. Al terminar la lectura, no queda ningún sabor de boca, eso, también, se agradece. La literatura no siempre es para ponerse a pensar.

Bellatin, Mario. Obra reunida. México: Alfaguara, 2005.

4 comentarios en “Sobre Salón de belleza, de Mario Bellatin.

  1. Qué pena tu comentario!!!, alguna vez me pregunté porque hacer un Doctrado en Letras hispánicas y al terminarlo y pasar por aqui a leer esta barbaridad me doy cuenta que si tuve un sentido hacerlo y es evitar que en la academia sugar voces como la tuya!!! Qué pena lo que has dicho!!!

      1. No he cursado doctorado alguno pero de palabras sé…y he de decir que duelen los ojos sólo de leer las faltas de puntuación, ortografía, signos de exclamación (en el castellano se abren y cierran, ¿qué no?) y redacción en un comentario tan breve…vergüenza ostentar un título, pretender realizar una crítica (que nunca se sustentó) y más aún creerse con el poder de acallar voces cuando ni siquiera sabe escribir su idioma.

      2. Completamente de acuerdo contigo, Yolohtli. Muchas gracias por tu observación. Digamos que le corregimos la plana al Doctor; lo que quiso escribir fue:

        «¡Qué pena tu comentario!, alguna vez me pregunté por qué hacer un Doctorado en Letras Hispánicas… al terminarlo, pasar por aquí y leer esta barbaridad me doy cuenta de que sí tuve un sentido al hacerlo: ¡evitar que en la academia surjan voces como la tuya! ¡Qué pena lo que has dicho!»

        Aún con las correcciones, lo sigo encontrando un poco carente de sentido: ¿Será mi maestro?, ¿Él se encargará de convencerme de no escribir?… en fin… Saludos.

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